jueves, 14 de abril de 2011

LA PHOTO DE CLASSE

Un politique à la télé est en train d'affirmer qu'il existe une grande quantité de renseignements sur chacun d'entre nous dans la Web, et que cette information est accessible à tous. " N'importe quoi " c'est ce que je pense pendant que je l'écoute. Je suis sure que, si je me mets à chercher, je ne trouverai rien en relation avec ma modeste personne.

J'introduis donc mon prénom et mon nom d'épouse dans Google : aucun résultat. J'essaye avec mon nom de jeune fille : OUI. Effectivement, je trouve une entrée, une seule. Là, je peux lire : 1956 et le nom de la petite ville marocaine où, selon mes calculs, nous avons vécu pendant quatre ans. Ça me bouleverse. Ma gorge se noue. Je  clique, et la typique photo de classe apparaît.

 
Toutes les élèves de ma classe disposées en trois rangs, notre institutrice, mon nom, entre autres (il en manque quelques-uns), et ma position sur la photo. J'ai joué et étudié tous les jours avec ces petites filles, cependant je ne me souviens d'aucune d'elles. Le visage de la maîtresse, par contre, me semble vaguement familier. Mais le souvenir est trop flou. Quel dommage qu'on oublie ceux qui nous ont appris à lire et à écrire.

Moi, je me reconnais à première vue. Je me rappelle la robe de velours rose des dimanches. Celle que ma mère avait cousue avec la SINGER noire à ramages dorés, et sa pédale de fer forgé. C'est elle qui m'aura fixé le ruban dans les cheveux, tout spécialement pour ce jour exceptionnel ? Ce geste aura-t-il été un de ses derniers signes de tendresse ?

Bécasse ! je me mets à pleurer. Entre deux sanglots, j'appelle mon mari. " Viens vite voir ce que j'ai trouvé " je crie avec la crainte irrationnelle que la photo pourrait disparaître. " Que tu étais mignonne , dit-il, sûr que je serais tombé amoureux de toi ". Nous rions tous les deux. Et, d'un coup de pouce tout doux, il sèche mes larmes.

Un político en la tele está afirmando que existe gran cantidad de datos sobre cada uno de nosotros en la Web, y que esa información es accesible a todos. " Tonterías " pienso yo, mientras le estoy escuchando. Estoy segura de que si me pongo a buscar, no encontraré nada relativo a mi modesta persona.

Entro, pues, mi nombre y mi apellido de casada en Google : ningún resultado. Lo intento con mi apellido de soltera : sí. Efectivamente, encuentro una entrada ; una sola. Ahí puedo leer : 1956 y el nombre de la pequeña ciudad marroquí donde, según mis cálculos, vivimos cuatro años. Conmovida, se me hace un nudo en la garganta. Hago clic, y aparece la típica foto de colegio. Todas las alumnas de mi clase dipuestas en tres filas, nuestra institutriz, mi nombre, entre otros (faltan algunos ), y mi ubicación en la foto. He jugado y estudiado a diario con estas niñas, sin embargo no recuerdo ninguna. La cara de la maestra, sí que me es algo más familiar. Pero el recuerdo es bastante borroso. Es una pena que olvidemos a los que nos enseñaron a leer y escribir.

Me reconozco enseguida. Recuerdo  el vestido, el de los domingos, de terciopelo rosa, el que había cosido mi madre con la SINGER negra, rameada de oro, con el pedal de hierro forjado. ¿ Me habrá colocado ella el lacito en el pelo especialmente para ese día destacado ? ¿ Habrá sido uno de  sus últimos gestos de cariño ?

¡ Tonta de mí ! me pongo a llorar. Entre dos sollozos, llamo a mi marido. " Date prisa, ven a ver lo que he encontrado " le grito con el temor irracional de que la foto podría desaparecer para siempre. " Qué bonita eras, dice, seguro que me hubiera enamorado de ti ". Nos reimos los dos. Y, con un dulce gesto del pulgar, él seca mis lágrimas.

domingo, 13 de marzo de 2011

FLIPADA

En el blog EL ATMAN, se puede escuchar un poema de MARIO BENEDETTI que dice   "no te salves". En teoría, un imperativo fácil de cumplir. Siempre me he enfadado cuando, una y otra vez, oía en en las noticias que unos padres pegaban a sus hijos, o los abandonaban a la desnutrición, hasta la muerte. ¿ Y la familia, y los vecinos ? Qué gratuito es hablar. El otro día, me metí en un lío por " no salvarme". He aquí lo que me pasó :  (cambio de color, ese rojo es horrible)

Concentrada en mi sudoku, estoy esperando mi turno en el centro de salud. Llega una mujer con una niña de unos 4-5 años y preciosos bucles negros. Es evidente que la mujer no está bien de la cabeza. Está regañando a quien quiera oírla que ¿por qué la han citado aquí?, que no entiende nada del maldito papel que lleva en la mano. Yo que hasta ahora estaba sola, no le hago caso. Pero, sí, observo desde el rabillo del ojo derecho. La niña hace ademán de explorar y descubrir lo que puede esconder de interesante el pasillo desierto. La madre le da un tirón, y la hace sentarse en el banco. ( De paso : ese banco es un verdadero suplicio para mi columna vertebral). La niña pliega las piernas, y pone los pies en el banco. Baja los pies enseguida, le grita la madre.

Conozco muy bien la reacción de la niña. Siente la tormenta que se acerca. Se tiene que proteger. El miedo le pone la mente en blanco. Se cuaja. No ver : cierra los ojos. No llorar : aprieta los dientes. No sentir : sus manitas son ahora dos duros puños. Está paralizada, no baja los pies. TE-HE-DI-CHO-QUE-BA-JES-LOS-PIES; y con cada sílaba, la furia le pega un tortazo.

- Señora, pare, le está haciendo mucho daño.
- Y tú, por qué te metes.
- No soporto que haga USTED daño a la niña. No pretenderá USTED que presencie como     maltraten a un niño, y me calle.
- Ésta es mi hija, y la pego cuando me da la gana.
- Pues, la ley europea prohibe pegar a los niños.
- Ja, la loca ésta, me va a decir a mí que no puedo hacer lo que quiero con mi hija. Europa, ja, una mierda. ¡ Flipada ! (os juro que, en este momento, un rinconcito de mi cerebro se pregunta si este insulto, que no ha oído nunca hasta ahora, viene del inglés "to flip", o quizás del alemán "ausflippen" que probablemente a su vez viene del inglés "to flip", al igual que el verbo francés
" flipper ").
- Señora, cálmese, tan poco es para tanto.

Vaya escándalo. Yo ya ni le contesto, pero ella sigue.

- Gilipollas, loca flipá. Se nota que no tienes hijos. Mírala, como se nota que no tiene hijos. Decirme a mí que no pegue a mi hija, si ella no tiene hijos.

Vacilo un momento. ¿ Miento y le digo que tengo 6 hijos y 12 nietos ? No, no digo nada. Intento volver a mi sudoku. Mas, la furia no me deja centrarme. Ahora se levanta, se me acerca demasiado para mi gusto, y, peor aún, me amenaza.

- No, señora, a mí no me amenace, y sobre todo, no se me acerque. Si no, llamo a la policía.
- Ja, y ahora la policía, ja. Que no te encuentre por la calle, flipaaá.

Merde,  pienso. Ahora sí que tengo miedo. La drogadicta ( he llegado a esta conclusión, la tía tiene un principio de mono, además el color grisáceo de su piel no me gusta nada) me va a dar un puñetazo de un momento a otro. Saco mi móvil con manos temblorosas.

- ¿ Policía ? Oiga, por favor, me encuentro en el centro de salud. Hay una mujer que lleva 15 minutos insultando y amenazándome. No hay manera de hacerla parar. Estoy asustada.

Merde et remerde. Acude el marido, un armario macizo de hombre. Menos mal, tiene cara de buenín. Y detrás de él, mi salvación, un policía con paso dinámico.

- ¿ Qué pasa aquí ?
- Mire, agente, esta señora....
- La loca flipá, está, dice que la he insultado y que he pegado a la niña. ¿ Cariño, mamá te ha pegado ?

La niña se tapa los oídos con los puños. No contesta.

- Su DNI.
- Encima llama a la policía. Hay que ver con la flipá. Dice que hay testigos, ja (¿¿??)
- Cállese y enséñeme el DNI.

Me llama el doctor. No se asoma. Lo hace desde su escritorio. Le pregunto al policía guapetón si puedo irme. Claro que sí, dice.

- Hola, C.C.. ¿ Qué pasa ? Estás tiritando.
- Pues sí, doctor.

Y le cuento la faena.

- Hiciste bien. Estaba con un paciente. No podía salir de la consulta.
- No, ni usted, ni ninguno de los muchos empleados del centro de salud.

En mis adentros, pienso : " qué bien os habéis salvado todos". Pero, y si vuelvo a encontrarme en una situación similar "¿ me salvaré yo ? ". No lo sé.

miércoles, 16 de febrero de 2011

DÓNDE ESTÁN LOS BOMBEROS

Una serie de explosiones sacudió la casa. Pasado el primer momento de estupor, corrimos a fuera a ver qué pasaba. La droguería-perfumería contigua a la casa de mi hermana estaba en llamas. Todos los sprays y los productos inflamables estallaban como cadenas de petardos, de esos que nunca faltan los días de fiesta en el Levante español. Los mirones ya se habían concentrado en la acera de en frente. Similar a un coro de zarzuela, a cada detonación, clamaban "0h" al unísono.

Primero, naturalmente, hubo que llamar a los bomberos, cuyo cuartel se encontraba a 7 km del pueblo. Nuestras cuatro hijas, de las cuales un bebé de nueve meses, estaban ya en pijama. Hubo que salir rápidamente, pensar en coger abrigos, una manta para el bebé, nuestros bolsos con los papeles ; en fin, no perder los estribos. Una vez fuera, fue mi hermana quien preguntó a la vecina si todos habían podido salir del local a tiempo. ¡ Dios mío, Ana ! grito la mujer. Ana, 14 años, siempre feliz de poder ayudar a su prima en la tienda a pesar de su síndrome de Down, se había refugiado en el patio. Ese patio de una decena de metros cuadrados estaba formado por tres edificios de dos plantas cada uno, sin otro acceso que la puerta trasera de la droguería. Imposible llegar hasta la chica. Todo se quemaba.

Ningún bombero a la vista. Mientras tanto, la policía había llegado. "Podemos intentarlo desde mi terraza" les dijo mi hermana. Subió, pues, con ellos a la planta superior. "Si los hubieras visto, me contó más tarde, daban vueltas, luego se quedaban boquiabiertos, incapaces de hacer algo.". Ella mojó una gran toalla, pensando arrojarla a la chica atrapada, quien aullaba de terror, para protegerla del calor. Entonces, milagro, se acordó de la barandilla de hierro forjado que esperaba su montaje desde largo tiempo, objeto de reprimenda hacia su marido. Propuso a los policías usarla como escalera. Ninguna reacción. Ah bueno, voy yo, decidió ella. Mi querida hermana, tan menuda ella en aquella época, bajó al patio lleno de humo, y, con el peso de Ana y de la toalla mojada sobre la espalda, con una fuerza hercúlea trepó las barras de la barandilla mientras los policías sujetaban esa escalera improvisada contra el muro.

Ningún bombero a la vista. El policía jefe berreaba en su talky-walky : "Pero ¿dónde están los bomberos ?". Yo, por mi parte, ya le había propinado una bofetada terapéutica a mi sobrina mayor, pobrecita mía, quien se había vuelto histérica llamando a su madre " Mamá, mamá, sal, sal".

Llegaron los bomberos, sí, al cabo de una hora. Pidieron permiso para utilizar un punto de agua de la planta superior. Cuando todo acabó, nos prohibieron entrar en la casa hasta el día siguiente. Había peligro a causa del humo, y la pared dilatada por el calor habría podido desmoronarse. Dos familias del vecindario nos acogieron para la noche. Hoy todavía, les estoy agradecida.

Al día siguiente, encontramos la casa inundada. Los bomberos habían  dejado el grifo abierto.

No diré nada más. Bueno, quizás un pequeño detalle : supimos más tarde que en el momento en que recibieron nuestra llamada, los bomberos estaban jugando a las cartas.    

viernes, 11 de febrero de 2011

MAIS OÙ SONT LES POMPIERS

Cette anecdote, je la dédie à Lansky, bien qu'il soit fâché avec moi. Mais, chose promise, chose due.

Une série d'explosions secoua la maison. Le premier instant de stupeur passé, nous courûmes voir dehors ce qui se passait. La droguerie-parfumerie contiguë à la maison de ma soeur était en flammes. Les produits inflammables, les aérosols éclataient comme ces chaînes de pétards qui ne manquent jamais dans le Levant espagnol les jours de fête. Déjà, les badauds s'étaient rassemblés sur le trottoir d'en face. Pareil à un choeur d'opérette, à chaque détonation ils clamaient des "oh" à l'unisson.

La première chose à faire fut, bien sûr, d'appeler les pompiers dont la caserne se trouvait à 7 km du village. Nos quatre enfants, dont un bébé de neuf mois, étaient déjà en pyjama. Il fallut sortir rapidement, penser à prendre des manteaux, une couverture pour le bébé, nos sacs à main avec les papiers ; en fait, garder notre sang-froid. Une fois dehors, c'est ma soeur qui demanda à la voisine si tout le monde avait pu quitter le magasin à temps. Mon Dieu, Ana ! cria la jeune femme. Ana, toujours heureuse de pouvoir aider sa cousine, 14 ans, syndrome de Down, s'était réfugiée dans la cour. Cette cour d'une dizaine de mètres carrés était formée par trois bâtiments de deux niveaux chacun, sans autre accès que la porte arrière de la boutique. Impossible de rejoindre la gamine. Tout brûlait.

Pas de pompier en vue. Entre-temps, la police était arrivée. "On peut essayer depuis ma terrasse", leurs dit ma soeur. Elle monta donc avec eux à l'étage supérieur. "Tu aurais dû voir le spectacle, me raconta-t-elle plus tard, trois flics qui tournaient en rond, puis restaient cois, incapables de faire quoi que ce soit". Elle mouilla une grande serviette de bain, pensant la jeter sur la gamine qui hurlait, pour la protéger de la chaleur insupportable. Alors, miracle, elle se souvint de la balustrade en fer forgé qui attendait son montage depuis fort longtemps ; sujet de reproche envers son mari. Elle proposa aux policiers de s'en servir comme échelle. Aucune réaction. Eh bien, j'y vais, pensa-t-elle. Ma soeur bien aimée, toute menue à l'époque descendit dans la cour enfumée, et avec une force herculéenne, le poids d'Ana et de la serviette mouillée sur le dos, grimpa un par un les échelons de la balustrade pendant que les policiers maintenaient cette échelle improvisée contre le mur.

Pas de pompier en vue. Le policier en chef gueulait de temps en temps dans son walky-talky : " Mais où sont les pompiers ?". Moi, j'avais déjà flanqué une claque thérapeutique à ma nièce aînée, la pauvre chérie, qui piquait une crise d'hystérie appelant sa mère "Maman, maman, sort, sort".

Ils arrivèrent les pompiers, oui, au bout d'une heure. Ils demandèrent la permission d'utiliser un point d'eau à l'étage supérieur. Quand tout fut terminé, ils nous interdirent d'entrer dans la maison jusqu'au lendemain matin. Il y avait danger à cause de la fumée, et la cloison dilatée par la chaleur risquait de s'effondrer. Deux familles du voisinage nous accueillirent pour la nuit. Aujourd'hui encore, je leur en suis reconnaissante.

Le lendemain, nous trouvâmes la maison inondée. Les pompiers avaient laissé le robinet ouvert.

Je n'en dirai pas plus, sauf peut-être un petit détail : nous apprîmes par la suite qu'au moment où ils reçurent notre appel téléphonique, les pompiers étaient en train de jouer aux cartes.  





sábado, 22 de enero de 2011

PA, NA, MA

Todos los abuelos de mi generación estarán de acuerdo conmigo si afirmo que nuestros nietos, nacidos en este siglo XXI, son más inteligentes o, por lo menos, más precoces que sus padres, y mucho más que nosotros. ¿ A qué se deberá ? Seguramente a una mejor alimentación, a la atención que les dedicamos, y, desde luego, al poder adquisitivo que nos permite regalarles libros y juegos educativos.
Mi nieta, por ejemplo ( ya sé que me vais a calificar de abuela babosa, sin embargo lo que os cuento a continuación, es cierto al cien por cien ), mi nieta pues, con dos añitos, sabía distinguir todas las letras del alfabeto que asociaba a nombres de personas y animales de su entorno. La B era la B de Bianca, la H de Holger, la W de Walter, etc.. Pronto supo escribir todos esos nombres en letras de imprenta ; nada excepcional según me cuentan.
Kuki, así la llamamos, cumplía tres años cuando le regalé " OH, WIE SCHÖN IST PANAMA " ( Qué bonito es Panamá ) de JANOSCH, con ilustraciones del mismo autor, " un clásico moderno " de la literatura infantil. Este libro le encantó tanto que se lo llevaba a todas partes, y me pedía que se lo leyera una y otra vez. Un día, bien encajadas las dos en la butaca, estaba leyéndole la historia del tigre y su amigo el oso que deciden emigrar a Panamá, experimentan todo tipo de peripecias para, al final, volver a casa donde se está mejor que en cualquier otro lugar. La niña seguía las líneas con el dedo índice, fingiendo leer ( supongo ). De vez en cuando me preguntaba : " Oma ( Abu en alemán ) ¿ qué palabra es esta ? " Al rato, pensé que había que aprovechar el interés que mostraba por la escritura para enseñarle seriamente algo más de la materia. Empecé, pues, con la A : " Mira, cielo, tú sabes escribir PAPA, MAMA, ANA. Cuando escribes PAPA, lo haces juntando la P con la A, es decir PA, y otra vez P + A = PA, dos veces PA = PAPA. " Mi Kuki es la hostia, lo entiende enseguida. Así seguimos con NA y MA. Le pido que escriba PA, lo hace perfectamente, NA, igual de bien ( Dios mío ¡ qué lista ! ), Ma, divinamente. Le doy un beso, ella se rie contenta.
En la portada del libro se pueden ver el osito, el tigre con la mochila, y un poste indicador que pone PANAMA, y orienta hacia la derecha. A Kuki, le enseño el poste con el dedo, y le pregunto : " A ver, cariño, ¿ qué pone aquí ? " ¡ JODER con la niña ! Con la manita enseña hacia la derecha y dice : " Por aquí, jolín, como dice el cartel. "
En aquel momento se acabaron mis pretensiones pedagógicas.

lunes, 20 de diciembre de 2010

LES DEUX VALISES

LES DEUX VALISES

C'est en lisant, ce matin, un article de Ramón Palomar dans le quotidien "Las Provincias", intitulé "Ménage à trois" - El libro : "Pétain", que je me suis souvenue d'une histoire triste et, malheureusement, véridique que nous racontaient ma grand-mère et mon père. Lui le répétait souvent, sous le régime Pétain, c'étaient les flics Français qui venaient arrêter les juifs chez eux pour les emmener, où ? personne ne le savait.
A Paris, mes grands-parents Grecs avaient pour voisine une famille juive qui craignait la déportation à tout moment. "Ces braves gens" avaient confié deux grandes valises à mon grand-père dans l'espoir de les récupérer une fois la guerre finie. Pourquoi précisément à mon grand-père ? Probablement parce qu'il n'était pas Français.Effectivement (et là mon père fut témoin) des flics en uniforme de gardien de la paix vinrent les chercher discrètement, contribuant ainsi à leur disparition à tout jamais.
On garda les deux valises dans une espèce de remise contiguë à la cuisine. Elles y restèrent douze ans sans qu'elles ne fussent jamais ouvertes. Aujourd'hui, ce dernier détail peut paraître invraisemblable, mais il faut se souvenir que j'évoque une génération pour laquelle l'honneur, l'honnêteté, la discrétion, la confiance reçue avaient encore un sens profond.
Ce n'est donc qu'au bout de douze ans, après la mort de mon grand-père, que mon père et sa mère décidèrent d'ouvrir les valises. Quelle ne fut pas leur surprise lorsqu'ils n'y trouvèrent que d'innombrables chaussures. Rien d'autre. Elles avaient toutes été rembourrées de papier journal, apparemment pour conserver la forme du cuir. Mon père retira une demi-douzaine de ces boules de papier pour voir s' il y avait quelque chose de caché au fond des souliers ; mais rien. Comme des balles, il les lança à la poubelle avec plus ou moins d'adresse.La décision fut vite prise : on descendit le tout dans la cour, on jeta toutes les chaussures dans les poubelles de l'immeuble, et on laissa les valises à côté "pour si quelqu'un en a besoin".
Quelques jours plus tard, en faisant le ménage, ma grand-mère poussa la poubelle de la cuisine pour passer le balai dans le coin où elle se trouvait, et y découvrit trois boules de papier dont l'une s'était ouverte, et avait laissé échapper une bague en or couverte de brillants. Dans chacune des autres boules, il y avait également un anneau du même genre. "J'ai hurlé, disait-elle, j'ai couru comme une folle à la cour mais, bien sûr, les poubelleux avaient fait leur travail."
Moi-même, enfant j'ai souvent joué avec ces bagues. J'adorais fouiller dans le coffret à bijoux de ma "yaya". Alors qu'elle nous racontait cette histoire, nous lui avons demandé si les bagues de la voisine avaient de la valeur. Elle a répondu : "Je ne sais pas, je ne veux pas le savoir. Elles ne m'appartiennent pas ".

LAS DOS MALETAS

Leyendo esta mañana un artículo de Ramón Palomar en el diario "Las Provincias", titulado "Ménage à trois" - El libro : "Petain", recordé una triste historia, desgraciadamente verídica que nos contaban mi abuela y mi padre. Él lo decía a menudo - bajo el régimen Pétain, eran los polis franceses los que venían a detener los judíos en sus casas para llevárselos. ¿ Adonde ? Nadie lo sabía.
En Paris, mis abuelos griegos tenían unos vecinos judíos quienes temían la deportación en cada momento. "Esa buena gente" había confiado dos grandes maletas a mi abuelo con la esperanza de recuperarlas una vez la guerra terminada. ¿ Por qué, precisamente, a mi abuelo ? Probablemente porque no era francés. Y efectivamente ( mi padre fue testigo ), unos polis en uniforme vinieron a buscarlos discretamente, contribuyendo así a su desaparición para siempre.
Se guardaron las dos maletas unos doce años en una especie de despensa contigua a la cocina. Ahí se quedaron sin que nadie las abriera. Hoy, este último detalle puede parecer poco creíble, pero hay que recordar que estoy evocando una generación para la cual la honra, la honestidad, la discreción, la confianza todavía tenían un sentido profundo.
Pasaron pues unos doce años, poco después de la muerte de mi abuelo, cuando mi padre y su madre decidieron abrir las maletas. Qué sorpresa cuando encontraron sólo un montón de zapatos. Nada más. Todos estaban rellenados de papel de periódico, al parecer para conservar la forma del cuero. Mi padre quitó media decena de esas bolas de papel para ver si había algo escondido detrás ; pero nada. Las lanzó al cubo de la basura con más o menos destreza. La decisión fue tomada sin pensarlo dos veces : se llevó todo al patio, se tiraron todos los zapatos en los cubos del edificio, y se dejaron las maletas al lado "por si alguien las necesita".
Unos días más tarde, barriendo los suelos, la abuela empujo el cubo de la basura para poder pasar la escoba en la esquina, y descubrió tres bolas de papel de las cuales una había dejado escapar un anillo de oro cubierto de brillantes. En cada una de las otras bolas, había un anillo parecido. "Aullé, decía, corrí como una loca al patio pero, claro, los hombres de la basura habían hecho su trabajo".
Yo misma jugué a menudo con aquellos anillos. Adoraba cachear en el joyero de mi abuela. Mientras nos contaba esta historia, le preguntamos si los anillos tenían algún valor. "No lo sé, contestó, no quiero saberlo. No me pertenecen".