Leyendo esta mañana un artículo de Ramón Palomar en el diario "Las Provincias", titulado "Ménage à trois" - El libro : "Petain", recordé una triste historia, desgraciadamente verídica que nos contaban mi abuela y mi padre. Él lo decía a menudo - bajo el régimen Pétain, eran los polis franceses los que venían a detener los judíos en sus casas para llevárselos. ¿ Adonde ? Nadie lo sabía.
En Paris, mis abuelos griegos tenían unos vecinos judíos quienes temían la deportación en cada momento. "Esa buena gente" había confiado dos grandes maletas a mi abuelo con la esperanza de recuperarlas una vez la guerra terminada. ¿ Por qué, precisamente, a mi abuelo ? Probablemente porque no era francés. Y efectivamente ( mi padre fue testigo ), unos polis en uniforme vinieron a buscarlos discretamente, contribuyendo así a su desaparición para siempre.
Se guardaron las dos maletas unos doce años en una especie de despensa contigua a la cocina. Ahí se quedaron sin que nadie las abriera. Hoy, este último detalle puede parecer poco creíble, pero hay que recordar que estoy evocando una generación para la cual la honra, la honestidad, la discreción, la confianza todavía tenían un sentido profundo.
Pasaron pues unos doce años, poco después de la muerte de mi abuelo, cuando mi padre y su madre decidieron abrir las maletas. Qué sorpresa cuando encontraron sólo un montón de zapatos. Nada más. Todos estaban rellenados de papel de periódico, al parecer para conservar la forma del cuero. Mi padre quitó media decena de esas bolas de papel para ver si había algo escondido detrás ; pero nada. Las lanzó al cubo de la basura con más o menos destreza. La decisión fue tomada sin pensarlo dos veces : se llevó todo al patio, se tiraron todos los zapatos en los cubos del edificio, y se dejaron las maletas al lado "por si alguien las necesita".
Unos días más tarde, barriendo los suelos, la abuela empujo el cubo de la basura para poder pasar la escoba en la esquina, y descubrió tres bolas de papel de las cuales una había dejado escapar un anillo de oro cubierto de brillantes. En cada una de las otras bolas, había un anillo parecido. "Aullé, decía, corrí como una loca al patio pero, claro, los hombres de la basura habían hecho su trabajo".
Yo misma jugué a menudo con aquellos anillos. Adoraba cachear en el joyero de mi abuela. Mientras nos contaba esta historia, le preguntamos si los anillos tenían algún valor. "No lo sé, contestó, no quiero saberlo. No me pertenecen".
1 comentario:
¡Cómo no se le ocurrió a tu padre deshacer las pelotas de papel! ¡Imagina cómo y cuánto habría cambiado la vida de tu familia! Increible historia, me ha encantado.
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